Era
31 de octubre y ese día siempre iba al cine, por supuesto, a ver una
película de terror. Se dirigió a un viejo cine del centro de su
ciudad y compró una entrada, la película escogida fue
El día
de los muertos (1985)
de
George A. Romero.
Se
sentó en la sala y se dispuso a disfrutar de la película. Un rato
después, mientras una horda de zombis devoraba a un desgraciado,
tuvo una extraña sensación, algo iba a pasar, lo presentía. En la
pantalla, uno de los muertos giró la cabeza y se puso a mirarlo
fijamente.
Esto
es imposible, no recuerdo este plano, pensó
mientras ese ser lo miraba de forma tenebrosa.
De
pronto, uno tras otro de aquellos repugnantes engendros dejaron de
alimentarse y se unieron al primer zombi. Ahora, todos lo miraban.
Cuando el primer muerto cayó sobre el patio de butacas lo entendió
todo. Aquellos seres impíos se habían cansado de ser un engaño y
de comer carne creada por un técnico de efectos especiales, ahora
querían carne y sangre de verdad, las suyas.
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